OSCURIDAD

sábado, 27 de febrero de 2010


Estaba sola en casa y, después de todo lo que había pasado, sintió el silencio por primera vez.

Siempre estaba rodeada de peleas, discusiones, malos ratos, llantos, corazones rotos, esperanzas muertas, colores desvaídos…

Rodeada de gente que no daba absolutamente nada por ella, que no creía en sus posibilidades, que le daban mal Karma. De gente que cree que es necesario gritar para que te entiendan, que es necesario hacer sangrar la herida para que sane. Y, a pesar de estar rodeada de todo eso, se sentía sola…

El día había sido largo, como todos los días que había dejado atrás; cansada de tener que aguantar a esas bocas de pirañas esperando a que cayera para despedazarla viva, lidiar con sus padres los cuales no la querían. Un día como los otros, pero sin embargo, había una pequeña cosa que lo diferenciaba de todos los demás, aunque ella todavía no sabía qué era.

Siempre se hacía la valiente, no derramaba ni una lágrima a pesar de lo mal que se sentía, y cuando dejaba que sus lágrimas se ahogaran encima de la almohada, no se sentía aliviada; sentía más agobiada que nunca.

Llegó a casa después de haber soportado otro día menos de su vida, se sentó en aquella cama que siempre permanecía vacía y escuchó el sonido más maravilloso que para ella pudiera existir: el Silencio.

Nunca lo había escuchado antes y creía con todas sus fuerzas que eso era el mejor regalo que había tenido en años. Ahora comprendía que por muy agotada que se sintiera, por muy dolida que estuviera o por muy sola que se encontrara, jamás volvería a sentirse desamparada porque el Silencio se había convertido en su mejor aliado.

Él la acompañaría a todos los lados y era el único que la escucharía sin interrumpirla, que le daría todo lo que ella necesitaba: estar sola. Porque ella no necesita a nadie para sentirse completa, porque a pesar de que ella todavía no lo sabe, está destinada a hacer grandes cosas y a cambiar el mundo…