martes, 21 de octubre de 2008



Caminaba lenta, muy lentamente por el piso.
Se dirigió hacia la cocina, y, al llegar a ella, observó aquellos claveles que había recibido en algún tiempo pasado y recordó cómo habían sido al principio, hermosos, llenos de color y que daban alegría a aquella estancia de la casa. Sonrió al recordar aquellas imágenes y luego, prosiguió su camino, dejando así aquellos claveles regados con su olvido.
Llegó hasta la pequeña despensa situada en la parte derecha de la cocina, abrió la puerta, y sin pensárselo dos veces, cogió un de esos sobrecitos de cappuccino que tanto le gustaban, lo preparó, y seguidamente, se dirigió hacia su cuarto.
Depositó la taza de café recién hecho en el suelo y se sentó.
Ella era tan terriblemente extraña… Le encantaba sentarse allí, en el suelo, sin ninguna especie de ruido, tomando café y sin pensar en nada. Simplemente le gustaba estar allí sentada, en el silencio de su amargura, bebiéndose sus penas con cada sorbo de café. Pero aquel día no fue como los anteriores, no, aquel día fue muchísimo más duro, como si nada pudiese animarla. Su ritual empezó como los otros, pero acabó de una forma completamente distinta: se sentó, y sin querer, derramó su preciosa taza, que, rebosante de café, se esparció por el suelo, rellenando cada grieta de las baldosas en las que ella se hallaba. Al darse cuenta de lo que había sucedido, se levantó con algo de urgencia, cogió un par de servilletas y volvió a su cuarto para intentar deshacer el desastre cometido, pero en vez de eso, y sin saber cómo pasó, ella se derrumbó al igual que su querida taza. Se quedó allí tumbada, en el frío y húmedo suelo, llorando desconsoladamente, pensando en porqué todo le salía mal, porqué ella era tan desgraciada, porqué no sabía escoger mejor a los de su entorno…
Tenía tantas preguntas rondándole por la cabeza, y todas le venían de golpe, con lo cual, no podía contestarlas todas. No sabe cuánto tiempo pasó allí tendida, tampoco sabe si alguien preguntó por ella, y mucho si menos si alguien entendió su dolor.
Ahora mismo no sé dónde debe de estar ni que estará haciendo, lo único que sé es que desde aquel día ella perdió todas sus ilusiones, todas sus alegrías, todas sus ganas de vivir. Se había convertido en una muerta andante, sus ojos no tenían vida y su cara no era capaz de transmitir absolutamente nada.
Desde aquel instante en el que su mundo se autodestruyó, ella ya no era nada, no era nadie, y a día de hoy, ella está sola, llorando en aquel oscuro cuarto junto a aquella taza rota sin ninguna gota de café...

1 comentarios:

Ácrata dijo...

Zoooooraa!!
me ha gustado mucho tu comienzo, empiezas fuertee!
Pues nadaa, sólo darte la bienvenida a este mundillo blogger, y que me iré pasando, está claroo!
jeje
Pues nada guapaa, nos vemos mañanaaa!!

muà!!
:)