martes, 4 de noviembre de 2008


Estaban tendidos en aquel frío y duro colchón, cada uno en un lado distinto de la cama dándose la espalda.
No sabían cómo ni porque, pero sabían que tenían que arreglarlo de la manera más rápida e indolora posible. No por ella, tampoco por él, simplemente por los dos…

["Es increíble, me he pasado horas, meses, años aquí dentro con él, compartiendo miles de momentos, tanto buenos como malos, pero al fin y al cabo momentos, y ahora estamos en este mismo lecho el cual nos ha visto dormir, abrazarnos, hacer el amor y un sinfín de cosas más y parecemos dos extraños. A veces pienso que él no me entiende, que querría que yo fuera de otra manera, que cambiara por él… Es en momentos como este en los cuales sé que debo luchar pero sin embargo me veo incapaz… siento impotencia. Le quiero, no quiero separarme de él, pero ¿a caso él piensa lo mismo? ¿Puede que este sea nuestro final? Dios… daría lo que fuera por saber que esta pensando en estos instantes."

Ella, situada en el lado derecho del colchón le mira de reojo.
Él es consciente, pero sin embargo parece tan frío e inhumano…

[“Esta a mi lado y no puedo ni tan solo acariciarle la cara… Tengo tantas ganas de abrazarla, de decirle que la quiero, que no quiero se vaya jamás, que es la razón de mi existencia, mis ganas de vivir, la razón por la que me levanto mañana tras mañana, y sin embargo míranos, dándonos la espalda, ninguno dice nada, pero a la vez ambos lo sentimos todo, sobretodo aquí, bien dentro del pecho. Me quema, me revienta, debo decírselo, ahora es el momento indicado, lo noto, voy a decirle todo lo que he estado callando, sé que todo se va a arreglar. Ahora es el momento…”

- Yo…
- Debo irme
- ¿Por qué?
- Lo siento Ephram, no puedo permanecer más tiempo aquí sin hacer ni decir nada, es por eso que he de marcharme y recapacitar…

Ella se levanta y coge la puerta.
No se despiden, pero cada uno por su lado se lamenta, y en aquella triste y amarga noche ambos derramaron las lágrimas más sinceras y las más pesadas que jamás creyeron que podrían emanar de sus ojos…

Al día siguiente la busca sin cesar, pregunta, persigue, ojea, observa, pero nada, no consigue encontrarla…
Al siguiente día la misma historia vuelve a repetirse, con las mismas acciones y el mismo resultado.
El tercer día no logra soportarlo y acude a su casa. Sabía que jamás sería capaz de olvidar aquella casita, una adorable planta baja, con paredes blancas y la puerta roja…
Allí estaba él en aquel instante, inmóvil, casi sin respirar, pero logra por fin apartar el miedo, se arma de valor, agarra bien fuerte el pomo de la puerta, y casi como un rayo se infiltra dentro de aquella pequeña pero acogedora casa.
No quiere hacer ruido, quiere sorprenderla.
Se desliza cada vez de una forma más silenciosa por todos los recovecos de la casa hasta llegar a su cuarto.
La puerta se halla entreabierta, él la abre del todo, enseña el inmenso ramo de rosas rojas y justo detrás de aquel imponente ramo él entra.
Todo se derrumba, pierde las fuerzas, no puede respirar, no quiere respirar, intenta no aspirar el putrefacto olor que inunda esa parte de la casa, quiere acercarse pero no puede, quiere gritar pero no tiene fuerzas, desea llorar pero no se siente capaz…

Dos años después

-¿No crees que con el tiempo que ya ha pasado deberías olvidarte de ella?
-Intento olvidarla, pero el problema es que no se si quiero…
-Tú sabrás lo que haces, pero chico, créeme, por mucho que la pienses, ella no va a volver.

Se quedó allí, frente aquel ramo de rosas marchito que había depositado allí hacía dos años, recordando aquella macabra imagen: ella tumbada sobre la cama, con aquel vestido blanco que le quedaba tan bien, derramando suavemente su roja y dulce sangre encima de aquellas sábanas color crema. Junto a ella su perro, que guardaba aquel cadáver como si fuera lo más valioso del mundo, intentando proteger a su dueña de todo mal, aunque el mayor de los males ya estaba hecho. Junto a su mano, su fina, pétrea y muerta mano yacía una nota salpicada por algunas gotitas de sangre.

¿Qué decía la nota?
Lo mismo que su lápida: “Todo lo que hice, lo hice por ti…”

Y así acabó tu trágica historia, con ella descansando debajo de unas cuantas toneladas de tierra y él lamentándose por no haber reaccionado a tiempo, por no haberle dicho todo lo que sentía, por no haber sabido callar las lágrimas de su amada con un beso…

1 comentarios:

Ácrata dijo...

Zora Zorita Zoraima...
El texto precioso, pero muy triste.
Un claro ejemplo de no dejar pasar las cosas, de saber coger a tiempo las oportunidades y vivirlas al 100% cuando corresponde.
Una equivocación la de aquella chica que decide abandonar antes de actuar o hablar, antes de luchar.
Pase lo que pase la vida es de cada uno, los demás sólo son acompañantes que duran dos días, dos años y toda la vida, pero sólo eso: Acompañantes, y cuando se van siempre vas a quedar tú, para seguir tu camino y vivir, pensar y sentir tu vida.
En fin, te veo apagada últimamente y no me gusta. Este texto, tan bonito pero tan triste es una clara prueba de que no me equivoco.
Espero que cuentes conmigo si lo necesitas.
Un besito guapa!
Te quiero.
:)